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“Sin pensamiento crítico nuestro mayor peligro es hibridar lo digital y lo real”

By julio 2, 2021enero 13th, 2022BLOG

¿Por qué es tan determinante saber construir un pensamiento crítico? Esta competencia personal figura entre las capacidades más demandadas en el entorno profesional. José Carlos Ruiz, doctor en Filosofía Contemporánea, nos acerca a la habilidad de pensar críticamente en su último libro Filosofía ante el desánimo (Editorial Destino). Tras participar en el foro Talent and Job de la Fundación CajaCanarias y la Universidad de La Laguna, el mediático filósofo y profesor reflexiona con nosotros sobre el ser humano hipermoderno en la “sociedad del impulso hiperconectada” y la necesidad de observar esta realidad a través de una mirada crítica.

Rocío Celis, periodista y socióloga.

Usted es de los de “más Platón y menos WhatsApp”. ¿Por qué recomienda la filosofía antes que una red social?

No es que la recomiende, es que la filosofía va inserta en cada uno de nosotros. No hay nadie que no pueda tener una vida filosófica. Enfocar el proyecto vital en torno a una serie de valores y cuestionamientos significa generar una filosofía de vida. A nivel profesional la filosofía te puede facilitar los códigos interpretativos de lo que sucede, eso ayuda mucho a comprender la realidad de forma más profunda y enriquece la vida. Las redes sociales tienen una función distinta.

Ayúdenos a comprender la importancia de pensar de manera crítica. ¿Cómo define “pensamiento crítico”?

Es complicado, no hay una definición académica. Dediqué mucho tiempo a leer papers (artículos científicos) para ver si en la comunidad de investigadores filosóficos había algún acuerdo y no era sencillo. Para mí precisa de dos elementos esenciales: el contexto y las circunstancias.

¿En qué consisten?

Las circunstancias -como decía Ortega y Gasset- van configurando una parte de nuestra identidad, pero no las elegimos. Conocerlas implica saber de dónde proceden los dos tercios que generan la identidad, como por ejemplo el lugar en el que naces, la educación que recibes, el nivel cultural y socioeconómico de tus padres… Por otro lado, las circunstancias ajenas, es decir, poner el foco de atención en el otro facilita la comprensión del mundo de otras personas. El pensamiento crítico tiene mucho que ver con la capacidad que tengamos de entender las circunstancias propias y ajenas.

¿Y el contexto?

Se trata de saber leer muy bien en qué contexto está sucediendo algo para poder establecer una jerarquía de las cosas que consideramos importantes y las que no son relevantes en ese contexto.

Si tuviera que construir un retrato robot del ser humano hipermoderno, ¿qué nos diría?

Diría que es paradójico. Hemos aumentado la opcionalidad a un nivel titánico y estamos anclados en el ideal de libertad. Pensamos que ser libre significa poder elegir y esa multiplicación de opciones hace que muchas veces seamos seres paradójicos, incluso contradictorios y, sin embargo, no lo percibimos.

¿Por ejemplo? ¿Ese tipo de contradicción que usted detecta en las redes sociales?

Bueno, si llegas a las redes sociales con un pensamiento crítico sedimentado y con una pedagogía de la mirada bien enfocada, las redes sociales son muy constructivas. Te ayudan a ponerte al día en cuestiones que llevaría mucho tiempo investigar, tienen la posibilidad de publicitar de manera autónoma o facilitan la interacción con otras personas a las que no llegaríamos de otra forma. Yo no demonizo la red social, pero si llegas sin ese análisis crítico, la red social tiene como objetivo captarte. La combinación de palabras “red social” tiene una doble interpretación. Por un lado, es un conjunto de elementos interconectados que van creando comunidad -algo positivo-. Pero por otra parte, la red -como una red de pesca- sirve para captar a un individuo, sacarlo de su estado natural y llevarlo a un estado artificial. En nuestro caso, la red social te saca de la ocupación vivencial del espacio, te traslada a una simulación de la vivencia y si no te das cuenta, entras en el ámbito de la red en un elemento que no es natural para el ser humano.

En su libro Filosofía ante el desánimo reflexiona sobre cómo se exhibe la propia vida en ese espacio virtual de la red social. ¿Por qué existe la necesidad de contar experiencias en la red?

Es bulimia emocional. La idea parte de una construcción de la identidad personal sometida a la mirada virtual del otro. Esto es novedoso. Antes, esa mirada del otro tenía lugar en vivo y en directo y no exhibíamos nada, sino que nos mostrábamos y captábamos su atención en la medida de nuestras posibilidades reales. Hoy con lo digital se intenta captar la atención de los demás por medio de una construcción identitaria virtualizada. Para eso se necesita estar en el mundo virtual en el que la constante visualización del “yo” y de lo que va haciendo ese avatar sirven para validar la propia identidad, que a veces confundimos entre el plano de lo real y el plano de lo digital. De ahí la bulimia emocional que supone ir publicando constantemente en redes las experiencias que se van teniendo y someter así al criterio del otro el valor de lo que haces. Si no tenemos bien armado el pensamiento crítico, esto puede generar un desánimo enorme porque al final pones en valor algo en función de que los demás lo validen o no.

¿Esa visualización del yo o tal vez el ego podría estropearnos la vida?

El ego no te estropea la vida, lo que estropea la vida es la egolatría. El ego es natural y consustancial al ser humano, pero cuando pasamos al egocentrismo entonces perdemos la capacidad de entender la vida desde una perspectiva comunitaria. No hay que olvidar que la comunidad es esencial en la construcción del yo, sin la comunidad el ser humano no tendría capacidad de entender el mundo. Las redes sociales facilitan la construcción de un ego muy seductor porque por primera vez en la historia el ser humano tiene la capacidad de crear las circunstancias. Es decir, en el entorno virtual las circunstancias no se imponen, sino que las fabricamos. Esto tiene un poder de seducción muy grande para alguien que cree que si en su vida real no puede controlar las circunstancias que le han correspondido, sí puede en cambio crear un avatar y que la gente le valide a través de la virtualización de su ego. Ahí es donde el pensamiento crítico tiene que estar activo constantemente.

¿Cuáles son las consecuencias de esto? ¿Cómo habría que gestionarlo?

Es esencial la pedagogía de la mirada. Hay que empezar a educar la mirada en el plano de lo real y en el plano de lo digital. Hemos llegado en muy poco espacio de tiempo -unos quince años- a estar inundados de pantallas y hemos duplicado el campo de lo visual. Antes, nuestro campo visual estaba dentro de las limitaciones de la vivencia que experimentábamos. Ahora no, ahora el campo de lo visual se amplía a la pantalla del smartphone que te tiene enganchado cuatro o seis horas diarias a un mundo donde la narrativa de lo digital a nivel visual es muy distinta de la narrativa de lo real. Si no hacemos una pedagogía de la mirada en torno a la distinción de lo virtual frente a lo real, es muy probable que los códigos virtuales entren en el plano real y vayan configurando nuestras señas de identidad. Este es el mayor peligro que corremos hoy día: hibridar el plano de lo digital hacia el plano de lo real porque nos esté faltando una mirada crítica.

“El asombro, la curiosidad y el cuestionamiento son la esencia del pensamiento crítico”

¿Y qué podemos hacer para incorporar esa mirada crítica?

Mantenerse activo en lo que yo llamo el protopensamiento, que está formado por tres elementos esenciales. El primero es mantener vivo el asombro en lo cotidiano -no en lo excepcional-. El asombro se está perdiendo y esa actitud inicial es clave para que se active el pensamiento crítico. Después del asombro hay que activar la curiosidad. Es decir, preguntarse ¿por qué sucede esto? Y finalmente eso implica llegar al tercer elemento, el cuestionamiento. Estos tres factores son la esencia para mantener activo el pensamiento crítico como una seña de identidad. A fin de cuentas, se trata de que a nivel identitario tengamos siempre activos estos tres aspectos para que, por ejemplo, la posverdad no se cuele con tanta facilidad o para que lo digital no secuestre nuestra atención.

Dice usted que en ese mundo de las pantallas y del entretenimiento no sabemos distraernos ¿A qué se debe esto?

Hay una saturación de proyectos de entretenimiento que provoca no tener claro que lo real puede proporcionarnos un enriquecimiento enorme. A medida que pasamos más tiempo en las redes sociales se va notando que navegamos sin propósito alguno, llegando al extremo de mirar sin ver. Creo que le exigimos al tiempo libre una plena realización y este es, para mí, el problema principal. Intentamos extraer siempre lo máximo de ese tiempo libre, esto genera una búsqueda constante para rellenar el hueco con algo que tiene que ser productivo y que finalmente bloquea la capacidad del ocio y el placer.

Además, nos falta paciencia…

Es que nos hemos acostumbrado a tiempos de respuesta muy rápidos porque la velocidad a la que se consigue algo en internet está ocasionando que los tiempos de espera sean cada vez más cortos. Estamos educando la sensación temporal interna de una manera apremiante, en torno a lo inmediato. Tener paciencia implica cambiar nuestros registros temporales mientras nos movemos en un mundo donde todo parece instantáneo. Reeducar esa experiencia del tiempo es esencial. Con la pandemia hemos tenido la posibilidad de darnos cuenta de que, quizás, tener que ir tan rápido o hacerlo todo con tanta presión no era tan importante.

Ahora que nombra la pandemia… En las páginas de su libro habla de “saber sufrir”. ¿Nos lo explica?

Saber sufrir significa aceptar que lo real se impone independientemente de la voluntad de la persona. Lo que venía ocurriendo -y durante la pandemia ha sido más evidente- es que el sufrimiento humano ha desaparecido del ámbito de lo público. En otra época, cuando las personas fallecían acudíamos incluso a ver al muerto, yo lo recuerdo. Cuando era niño visitábamos las casas y veíamos el llanto, el desconsuelo, la desesperación. Y también estábamos con el enfermo, con la persona que sufría. Pero ahora el sufrimiento se ha desplazado al entorno privado y cada sujeto tiene que lidiar con su propio sufrimiento, mientras en el espacio público se ha mercantilizado la felicidad. De tal manera que, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, los mensajes mediáticos giran en torno a la felicidad o el bienestar y no hay nada que nos hable de que existe el sufrimiento o de reconocer que hay personas que necesitan un cuidado especial porque sufren de una manera esencial. Aprender a sufrir significa poner en el equilibrio de la balanza la tragedia de la vida en la que se mezcla drama y comedia, y eso no se publicita.

“Una vida exitosa consiste en poder elegir una jerarquía de valores sin los cuales no merecería la pena vivir”

¿Cómo observa el futuro? ¿Cuál será nuestro legado?

Creo que la necesidad de frenar. Las generaciones contemporáneas de mediana y avanzada edad están tan implicadas en la hiperactividad y en la actualización para resultar visibles que es muy difícil que tengan tiempo para reflexionar sobre qué legado quieren dejar a quienes vienen después. Si queremos dejar un legado conscientemente, es importante que ese proceso de actualización tiránica lo dejemos en un segundo plano y pensemos en el legado. Pero para eso hace falta tomarse tiempo y hacer un análisis sobre cómo se construye la identidad personal y social. Para mí es esencial que bajemos las revoluciones y creo que no lo estamos haciendo.

Desde una perspectiva personal y profesional, ¿qué sería una vida exitosa según usted?

Tener la capacidad de elegir por uno mismo las categorías esenciales sin las cuales, vivir no merecería la pena. Ahí -en el plano de lo real- cada persona tendría que entender los contextos y las circunstancias en las que se desenvuelve su vida y jerarquizarla. Sería una elección propia en torno a esa jerarquía de valores.

Entonces cuéntenos en qué consiste una buena vida para usted…

Creo que todo pasa por la capacidad de entender que sin amor es muy complicado una vida buena. No hablo de un amor romántico sino de un amor philia -como dirían los griegos-. Es decir, sin la curiosidad o la necesidad de querer comprender a la otra persona en su plenitud, es muy difícil llevar una vida plena. La plenitud tiene mucho que ver con la esencia de lo humano y tiene dos factores. Primero, la integración de la mirada del otro en ti y por lo tanto, la comprensión del otro. Y segundo, la ocupación vivencial de los espacios con el otro, la interacción, la generación de esa vivencia. Eso sería una vida plena.

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