Dice Luis Rojas-Marcos que en las sociedades que enfocan el bienestar de todos sus miembros a todos los niveles, las probabilidades de sentirnos bien y sentirnos útiles son mayores. Con el doctor Rojas-Marcos, miembro de la Academia de Medicina de Nueva York y profesor de la Universidad de Nueva York, hemos hablado de salud y satisfacción vital. En su último libro, Estar bien, aquí y ahora [Harper Collins], el prestigioso psiquiatra recoge experiencias propias y ajenas para contarnos cómo afrontar tiempos de incertidumbre.
Rocío Celis. Periodista y socióloga
Después de dedicar tantos años a la salud y el bienestar de las personas, ¿qué diría usted que es «estar bien»?
Es un sentimiento positivo, pero además es subjetivo. Las personas estamos bien a nuestra manera. Por eso, antes de asumir que sabemos las respuestas, es muy importante preguntar «¿qué es lo que te hace sentirte bien?», «¿qué te hace sentirte satisfecho, satisfecha con la vida?». Hay situaciones muy frecuentes de lo que significa «estar bien», es importante la tranquilidad, la sensación de paz, de seguridad… Hay personas que dicen «yo estoy bien cuando no estoy mal…». En fin, nos lo tienen que explicar, pero lo importante es que cada persona se siente bien a su manera y eso hay que tenerlo en cuenta.
¿Ese enfoque personal de bienestar es más una cuestión genética o aprendida?
Hay aspectos que heredamos de nuestros padres, abuelos…, y otros que aprendemos a lo largo de la vida. Por eso, en medicina decimos que el genotipo —que son los genes que heredamos— va a influir en nuestro aspecto físico, nuestra forma de ser, nuestra personalidad… Por ejemplo, la extroversión es un dato de nuestra personalidad que está bastante influenciada por los genes. Y luego está lo que llamamos el fenotipo, esto es, los genes una vez que se han adaptado o han cambiado por las experiencias que vivimos desde que nacemos. Al final, somos una mezcla de ambos y esto es lo que forma nuestra manera de ser y nuestras formas de sentirnos bien. También las fuentes de sufrimiento varían de persona a persona basándonos en esto mismo.
Al hablar de calidad de vida en su libro hace referencia al «capital social», un término tan estudiado desde la óptica de la economía y la sociología. ¿Cuál es su visión de este concepto?
El capital social, o sea, la sociedad que nos rodea en la que nacemos, crecemos, nos educamos y funcionamos, entendido como los valores de la cultura en la que vivimos son muy importantes a la hora de estudiar nuestra satisfacción con la vida o a la hora de valorarnos. Por ejemplo, hay sociedades en las que es importante hacer voluntariado o se fomenta la solidaridad y ayudarnos unos a otros. Hay otras sociedades más individualistas en las que el factor más relevante es lo que hacemos en nuestra vida, los éxitos o fracasos dependen de nosotros y no tanto de las relaciones que tenemos. No cabe duda de que el factor social o el enfoque de «capital social» entendido como los valores de la sociedad —la solidaridad humana, el voluntariado, hacer cosas por los demás— es importante.
El producto interior bruto y otros indicadores de crecimiento económico presentan limitaciones para reflejar el bienestar de una sociedad. ¿Qué aspectos habría que tener en cuenta para medir el grado de bienestar?
Para empezar, es importante la seguridad. No me refiero solo a nuestra integridad física, sino también a la importancia de sentirnos seguros en el día a día, es decir, la certidumbre. Por eso, la incertidumbre es tan dañina para los seres humanos. Si escuchamos a los demás, veremos que casi la mitad de lo que hablamos tiene que ver con lo que vamos a hacer mañana o en el futuro —las próximas vacaciones, cuando los hijos crezcan, el día que termine la carrera, el día que pueda ahorrar y comprar algo que para mí es importante…—. Esa sensación de futuro es tan esencial que cuando por algún motivo se resquebraja, nos invade la incertidumbre. La incertidumbre hoy día es algo difícil de llevar porque, como digo, desde que nacemos nos acostumbramos a planificar nuestro futuro y a pensar que lo que deseamos va a ocurrir. Pero no cabe duda de que podemos llevar mejor la incertidumbre si en la sociedad en la que vivimos se considera importante apoyar y ayudar a las personas a conseguir sus metas teniendo en cuenta sus facultades y sus deseos. Las sociedades que enfocan el bienestar de todos sus componentes a todos los niveles —personal, familiar, escolar, profesional— son sociedades donde las probabilidades de sentirnos bien y sentirnos útiles son mayores.
Usted subraya continuamente el valor del optimismo. En tiempos de incertidumbre es más difícil ser optimista…
Es importante definir qué entendemos por optimismo. Digo esto porque cuando yo crecía en el colegio, en el ambiente de España de los años cincuenta y sesenta, el optimismo era pensar que todo se arregla, todo está bien, no hay problemas… Los filósofos han criticado mucho el optimismo porque se veía como un síntoma más bien de ignorancia o al menos, de ingenuidad, de persona que no sabe de qué va la vida. Sin embargo, en los primeros estudios psicológicos del optimismo en el año 2000, se entiende el optimismo como la persona que tiende a decir «yo puedo hacer algo por superar esta situación», «yo puedo programar mi vida», «yo puedo buscar ayuda», «yo voy a localizar el centro de control ante esta adversidad —económica, laboral, la pérdida de un ser querido…—» y se pregunta «¿yo puedo hacer algo?». Esto es, localizar el centro de control dentro de uno mismo, confiar en que vamos a poder superar la adversidad, o por lo menos, utilizar las facultades ejecutivas que todos tenemos: la capacidad para buscar información acerca de lo que nos está pasando, la capacidad para programar nuestro día a día en momentos de incertidumbre —como ocurrió durante la pandemia—, la capacidad, incluso, para pedir ayuda. Confiar en esto es lo que hoy día se entiende como una percepción optimista de la situación. La forma en cómo medimos el optimismo en la actualidad es «¿qué puedo hacer yo para superar esto?».
¿El optimismo es una ventaja competitiva?
Indudablemente. En el deporte, en situaciones competitivas, lo vemos en los atletas. Son personas que confían en que van a poder solucionar el problema, confían en que no van a perder la motivación, la fuerza de voluntad para competir, para luchar y para ganar el partido. En esas situaciones, lo vemos también en cómo las personas se hablan a sí mismas y se dan apoyo a sí mismas: «esto lo vas a conseguir, sigue…». En cualquier deporte o situación en la que sentimos que estamos compitiendo con otras personas, la manera en cómo nos hablamos, cómo nos animamos y cómo nos decimos que podemos llegar a la meta es otro dato muy importante del optimismo. Esa visión con confianza y esperanza en que lo vamos a conseguir es fundamental a la hora de competir.
Hay que eliminar el estigma que marca a cualquier problema mental
Le he leído que está convencido de que la calidad de la vida depende de la calidad de las relaciones. En el ámbito del trabajo, ¿de qué manera hay que diseñar buenos equipos profesionales para mantener buenas relaciones?
El trabajo es algo muy importante en la vida de la mayoría de las personas y le dedicamos una tercera parte del día, por lo menos. El trabajo en equipo es esencial a la hora de medir el éxito de una organización de cualquier tipo —una empresa de carácter social, de salud, educación o de cualquier producto—. ¿Cómo lo conseguimos? Tenemos que ser conscientes del compartir y comprender nuestro nivel de tolerancia con personas que a lo mejor tienen personalidades distintas a la nuestra. Es necesaria la capacidad para escuchar; la capacidad para trabajar con una meta que podamos compartir, una meta común; también la comprensión, es decir, la capacidad de entender los errores de una forma constructiva. Nosotros cometemos errores y también las personas con las que trabajamos tienen sus errores —eso es parte del ser humano—. Y es necesario hacer partícipe a todos de los éxitos de la organización en la que trabajamos y también de los fracasos o problemas que tenemos que superar. El trabajo en equipo es fundamental y esto requiere ser conscientes y sensibles a los sentimientos de las personas que nos rodean.
Desde la covid-19, los problemas de salud mental han empeorado. ¿Cómo se afrontan estos trastornos en el entorno laboral?
Hay que eliminar el estigma que marca a cualquier problema mental. La gran barrera que se interpone para que muchas personas puedan alcanzar su estado de satisfacción con la vida en general y consigo mismos, a menudo es el estigma y la crítica que se hace de aquellas que buscan ayuda psicológica, social, emocional o mental. Esto es un problema importante que poco a poco estamos tratando de resolver. Y para resolverlo es importante que, no solamente en las organizaciones, sino también en los Gobiernos — líderes políticos y económicos— y a todos los niveles, haya comprensión y el conocimiento de que el aspecto emocional, mental, psicológico de la persona es fundamental, tan fundamental como el aspecto físico o el aspecto social. De ahí la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud: la salud se entiende como el estado de completo bienestar físico, psicológico y social. En medicina, cuando nos duele algo, es importante saber dónde te duele, cuánto tiempo lleva doliéndote, qué hace que te duela, pero no se nos puede olvidar preguntar cómo te sientes a la hora de resistir ese dolor, qué preocupación o qué miedos tienes. El dolor físico siempre va acompañado de un componente emocional que es muy importante valorar y tener en cuenta. Igualmente, a menudo, los problemas físicos también van acompañados de preocupaciones a nivel social o familiar, y también van a afectar a mi autoestima, cómo me siento con los demás o incluso cómo los demás se sienten conmigo. Luego es determinante abordar el sufrimiento de las adversidades que nos pone la vida desde el punto de vista físico, emocional y social.
Entre sus citas favoritas, aprece esta: «todos los botiquines deberían incluir sentido del humor». ¿Por qué durante las crisis el sentido del humor le parece algo tan serio?
El sentido del humor es muy útil. Cuando hablo de esto siempre advierto que, si hay un fuego, ponernos a contar chistes no es la solución; hay que salir corriendo. O sea, el sentido del humor tiene su momento, pero tiene su momento aun en las situaciones más dolorosas, sobre todo a la hora de pensar en algo que ya ocurrió. El sentido del humor nos ayuda a tratar con las incongruencias, con las situaciones que no entendemos, y al darles ese sabor de humor, nuestro estado de ánimo cambia, nos reímos. También nos ayuda a quitarle importancia a ciertas situaciones penosas. Varios escritores que hablaron sobre su experiencia en los campos de concentración decían que era importante, por lo menos, contar un chiste al día en momentos difíciles. Siempre cuento una historia personal sobre el sentido del humor en momentos complicados. Mi madre fue un ángel para mí porque yo era un niño con problemas a la hora de estudiar, de prestar atención, pero a mi madre siempre le hacían gracia algunas de mis travesuras. Tuvimos una relación muy positiva y estrecha. Un día estaba hablando con ella y le pregunté: «Mamá, el día que te mueras, ¿qué prefieres, que te enterremos o que te incineremos?». Ella me miró con una sonrisa picaresca y me dijo: «Luis, ¡dame una sorpresa!». Y los dos rompimos a reír.
¿Nos propone un plan básico para estar bien?
Lo primero, apunta qué es lo que te hace estar bien, qué aspectos de tu salud física y qué aspectos emocionales y relacionales te hacen estar bien. Una vez que ya tienes una idea de qué es lo importante para estar bien, entonces el paso siguiente es preguntarse cómo voy a lograr estas facultades o situaciones que me hacen estar bien, para lo cual vas a tener que organizarte. Incluso, puedes llegar a la conclusión de que, para estar bien en un aspecto, vas a necesitar algún consejo y que decides pedir ayuda. Al final es tu decisión, lo cual ya implica que eres tú la persona que está organizando y programando tu satisfacción con la vida, pero en esa organización entra la noción de compartir con los demás, de hablar más, incluso —como digo—, de pedir ayuda.