Dice nuestro invitado que tenemos que «resetear» la economía mundial, que hay que hacerlo sin dejar a nadie atrás y que esta transición ecológica es el mayor desafío al que ha tenido que enfrentarse la humanidad. Víctor Viñuales es cofundador y director de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES) y vicepresidente de la Red Española del Pacto Mundial. Este sociólogo comprometido con la transformación verde y justa es miembro del Consejo Social de INDITEX y del Panel de Expertos en sostenibilidad de Sol Meliá. El Congreso escuchó sus aportaciones durante la gestación de la primera Ley de Cambio Climático y Transición Energética de España recientemente aprobada.
Rocío Celis, periodista y socióloga
En estos días el Gobierno alemán ha vinculado las lluvias torrenciales que está padeciendo con el calentamiento global y hace algunas semanas el termómetro superó los 49 grados en Canadá. ¿Estamos llegando tarde a los efectos del cambio climático?
Claro que estamos llegando tarde. En la Primera Cumbre de Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro en 1992 la proporción de combustibles fósiles sobre energía primaria consumida era el 86,6%. Veinticinco años después, en 2017, esa proporción había bajado solo 1,5 puntos. O sea, las soluciones las estamos implementando mucho más lentamente de lo que deberíamos y, por tanto, los problemas se van incrementando a una velocidad mayor creando una grave amenaza. Las víctimas de sucesos como los de Alemania o Canadá siempre repiten lo mismo: “nunca habíamos visto nada igual”. Efectivamente, el clima está enloqueciendo y provocando cambios bruscos con gran rapidez. Esa aceleración del cambio climático debería ser respondida con una aceleración de nuestras propuestas y alternativas.
Usted nos detalló en Foroe los motores de una “transformación verde imparable”, algunos de los cuales ya están en marcha ¿Significa eso que podremos revertir algunas consecuencias del cambio climático o solo nos queda mitigarlas y adaptarnos?
Hay cambios que se producirán y no tendremos más remedio que adaptarnos. La fiebre del planeta ya ha subido y va a subir, pero hay que lograr que suba lo menos posible. Ahora hay que hacer dos cosas a la vez. Por un lado, mitigar el daño, reducir nuestras emisiones lo antes posible para que el cambio climático no adquiera dimensiones más catastróficas. Y por otro lado, adaptarnos porque este cambio climático se quedará con nosotros durante tiempo.
¿Alguna propuesta de adaptación?
Por ejemplo, reverdecer nuestras ciudades para dulcificar el clima y que los efectos de las olas de calor sean menores o revisar dónde están construidos nuestros edificios para evitar situaciones como la vivida en Alemania.
Le oímos hablar en plural. ¿De quién depende que ganemos esta lucha contra el cambio climático?
El desafío es enorme: tratar de rehacer el clima que previamente hemos deshecho. Esto parece una tarea más propia de diosas y dioses o héroes de Marvel, que de seres humanos corrientes. Pero esto es lo que nos ha tocado y por eso siempre hablo en plural. En la medida en que no haya gorrones en esta tarea, sino que todo el mundo asuma su cuota parte de responsabilidad, podremos resolver el desafío. Como decíamos en los pueblos de España, “la calle estaría limpia si cada uno barriera su trozo de acera”.
Y a este desafío habría que añadir el resto de las crisis que estamos viviendo: sanitaria, económica y social ¿Se pueden resolver cuatro crisis a la vez?
Lo suyo habría sido ir resolviendo las crisis una a una, pero como les ocurre a los malos estudiantes ahora tenemos que afrontar todas las asignaturas suspendidas. Esta ecuación es mucho más difícil de resolver, pero hay camino. Por ejemplo, en Zaragoza hemos presentado la iniciativa ‘Barrio solar’ que es autoconsumo de energía solar, colectivo, de proximidad y solidario. Este proyecto afronta a la vez la crisis ambiental porque reduce las emisiones, la económica porque España importa miles de millones de euros en combustibles fósiles y esto permitiría reducir nuestra balanza de pagos, al tiempo que mejora la economía de las familias, comercios, restaurantes y bares que participan en la iniciativa y genera empleo local. Y además, ayuda a crear hogares más saludables. Es decir, hay proyectos que afrontan a la vez estas cuatro crisis solapadas.
Las expectativas de transformación están puestas en los fondos de recuperación y resiliencia europeos de los que España es uno de los principales beneficiarios. ¿Le preocupa algo en este sentido?
Sí, me preocupa que seamos capaces de aprovechar esta enorme oportunidad. Entre España e Italia nos vamos a gastar la mitad del fondo Next Generation. Por primera vez los países de la Unión Europa han asumido el compromiso común de endeudarse y, sin embargo, el gasto se producirá sobre todo en los países del sur. Si fracasamos por mor de nuestros enfrentamientos e incapacidad para ponernos de acuerdo, se abrirá una brecha profunda entre el centro-norte de Europa y la Europa del sur, y también como país sería imperdonable que no aprovecháramos bien esos recursos excepcionales. A la vez tengo la esperanza de que, sumando talento, seremos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos para transformar nuestra economía y hacerla mucho más verde, inclusiva y responsable, con empleos robustos y menos precarios.
“La realidad cambia cuando las leyes se encarnan en acciones concretas”
La Ley de Cambio Climático y Transición Energética, aprobada en mayo, es también una herramienta para canalizar esos fondos europeos. Su voz fue una de las que se oyeron en el Congreso durante la gestación de esta norma, ¿qué espera de ella?
Se está produciendo un escenario muy positivo. Hay normativas de la Unión Europea que desde un punto de vista coercitivo marcan con claridad por dónde no tiene sentido ir y al mismo tiempo, hay políticas públicas incentivadoras que fomentan económicamente los caminos que sí hay que transitar. La ley abre posibilidades y lo que tenemos que hacer -sociedad española, empresas, administraciones públicas- es aprovechar esas oportunidades. Los textos de las leyes publicadas en el BOE no cambian la realidad, la realidad cambia cuando las leyes se encarnan en acciones concretas de actores económicos y sociales concretos que hacen que ocurran cosas. Nosotros (ECODES) pedíamos más ambición, pero hay muchas cosas positivas en esa ley que pueden promover el cambio hacia la sostenibilidad. Esta debe ser la tarea de nuestra generación que fue la que causó el problema, estamos en la obligación de resolverlo.
¿Habrá perdedores en esta transición ecológica?
Los habrá, en cualquier cambio hay perdedores, incluso en los cambios que percibimos como benéficos. Lo que corresponde a los poderes públicos es anticiparse, estudiar y promover iniciativas dirigidas a menguar el daño de las posibles víctimas, ayudarlas en su transformación y acompañarlas en la transición. De hecho, para afrontar la reducción del 55% de las emisiones de la UE (Pacto Verde Europeo) se destinan 72.000 millones de euros para establecer mecanismos de compensación.
Pónganos un ejemplo.
El cambio de la movilidad de los vehículos de combustiones fósiles a la movilidad eléctrica hará que necesitemos menos talleres mecánicos de reparación. En cada ciudad española deberíamos estar preparando la transición para que los trabajadores y trabajadoras que están en esos talleres mecánicos no vayan al desempleo. ¿Se está haciendo? Me temo que no. Debe haber una política anticipatoria de los poderes públicos para minimizar esos daños.
Usted ha firmado, junto a medio centenar de personalidades de nuestro país, un manifiesto para impulsar un nuevo modelo empresarial –la figura jurídica de “empresas con propósito”- acorde con esta transformación económica. ¿Cuál es el rol de las empresas en el desafío por la sostenibilidad?
En este país hay 3 millones de empresas y en el mundo, millones y millones. No es posible construir una economía que al fin haga las paces con la naturaleza si no logramos repensar el “para qué” de la empresa. Las facultades de Económicas y las escuelas de negocio están llenas de ideas sobre cómo debe hacer las cosas la empresa -marketing, auditorías, contabilidad, ventas, producción…-, pero hay muy poca reflexión acerca del “para qué”. Y este “para qué” no puede ser el mismo del siglo XIX, únicamente maximizar el beneficio económico para los accionistas desentendiéndose del impacto que causa en la sociedad, en el medio ambiente y en la comunidad en la que actúa. Felizmente el “para qué” ya está cambiando -hay movimientos como la Economía del Bien Común o el B Corporation- y plantea utilizar el poder de los negocios en beneficio del interés general y la sociedad. Se trata de que las empresas se doten de este propósito. Esta regulación existe en más de 30 estados de USA y otros países y queremos que exista también en nuestro país. Si las empresas actúan contra el interés general, más pronto que tarde su modelo de negocio se verá amenazado de extinción.
Cuando se hace referencia a empresas alineadas con la economía verde se suelen citar de ejemplo grandes compañías. ¿Cuál debería ser la contribución de las pequeñas y medianas empresas en esa creación de valor para la sociedad en las tres vertientes: ambiental, social y económica?
En el punto en el que estamos no solo necesitamos cambios incrementales, sino también disruptivos que permitan multiplicar el alcance de las soluciones. Este tipo de cambios disruptivos nacen muchas veces en las pymes porque tienen menos ataduras, son menos presas de una situación muy benéfica para su economía, arriesgan más… La historia muestra que las empresas grandes que tienen más que conservar son más reacias a los cambios.
“Hay quien piensa que solo se trata de cambiar unas tecnologías por otras. ¡Ojalá fuera tan sencillo!”
Usted habla del necesario “software de la transición ecológica” ¿Qué quiere decir?
Cuando pensamos en la transición ecológica, a veces se hace una lectura reduccionista y se piensa que solo se trata de cambiar unas tecnologías por otras. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Tenemos círculos viciosos que nos han traído a esta situación y hemos de construir círculos virtuosos que nos saquen de ella. Eso supone cambiar leyes, tecnologías y -¡oh, Dios mío!- valores y hábitos. Esto es lo que yo llamo “el software”. Si no tenemos valores y hábitos adecuados, el hardware del cambio no va a funcionar. Tenemos que cambiar la cultura, nuestra manera de entender el mundo. Y paradójicamente, el cambio mental es más difícil de cambiar que el cambio tecnológico.
¿Lo lograremos? ¿Lograremos este cambio cultural, ganar tiempo al tiempo y, además, hacerlo juntos?
Usted habla de un tema central que es la esperanza. La esperanza y la voluntad son hermanas: si la esperanza decae, la voluntad decae también, y tenemos un grave problema de esperanza. Se cuela el pesimismo, el fatalismo y no nos movemos. Hay quien dice que esta transformación es improbable, pero tenemos que afrontar el desafío por improbable que sea y gestionar la esperanza. Cuando la sociedad humana quiere hacer algo de verdad, pone su talento, energía, creatividad…, y realmente hacemos cosas extraordinarias.
¿Cómo consigue mantener a flote su propia esperanza?
La esperanza fluctúa con las horas y los días. Cuando se contempla la inmensidad de los problemas globales y luego volvemos a nuestra pequeñez empresarial, personal, familiar… es muy normal preguntarse “¿y yo qué puedo hacer?” y sentirse desesperanzado. Creo que una manera de recuperar la esperanza es concentrarse y decirse: “voy a hacer lo que tengo que hacer, mi cuota parte”. Es decir, hacer allí donde estemos lo que podamos hacer, que es mucho.