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“El COVID ha generado un movimiento para hacer organizaciones emocionalmente más saludables”

Por febrero 21, 2022marzo 30th, 2022BLOG

Pablo Fernández Berrocal | Catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga

Hasta qué punto sabríamos definir una emoción, o ponerle nombre, o buscar una salida a las emociones que más nos incomodan. El catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga, Pablo Fernández Berrocal, cree que la pandemia ha retado también la gestión emocional en el entorno profesional. Con este experto, vicepresidente de la Sociedad Internacional para la Inteligencia Emocional y uno de los máximos exponentes en el estudio de la materia, hemos buscado respuestas para afrontar la amenaza de una nueva crisis sanitaria, esta vez, de tipo emocional.

Rocío Celis, periodista y socióloga

Vamos a empezar aclarando conceptos ¿Qué es una emoción?

Parece una pregunta fácil, pero no lo es. Una emoción es una reacción de nuestro cuerpo en diferentes ámbitos. Por un lado, tiene que ver con aspectos fisiológicos -cerebro, hígado, estómago…-, el sistema simpático y parasimpático que no vemos. Esa es la emoción que va por dentro. Y luego hay otras manifestaciones que sí son observables en nuestro cuerpo -moverse, temblar, sudar…- Esta parte es conductual. Cuando uno se da cuenta y se pregunta a sí mismo “¿qué me ocurre?”, esa es la parte evaluativa de la emoción que es lo que llamamos sentimiento. Los sentimientos son la evaluación de lo que me está ocurriendo y esa evaluación puede estar equivocada, puedo estar triste y creer que no me pasa nada.

¿Y por qué surge esa confusión en lo que sentimos?

Porque en nuestra cultura no nos han enseñado a hacerlo y hemos dejado que las personas aprendan solas toda esta parte emocional. Del mismo modo que se enseña científicamente matemáticas o lengua, habría que incluir la educación de las emociones de forma explícita porque se trata de algo muy complejo, no es intuitivo.

¿Las personas adultas estamos a tiempo de aprenderlo?

Hay varios estudios que demuestran que el entrenamiento emocional entre adultos también es eficaz. Es decir, aunque los adultos no hayamos asistido a una educación emocional desde nuestra infancia, podemos aprenderla. Eso sí, se requiere que el aprendizaje sea continuado, práctico -no leyendo un libro- y con expertos.

¿Qué diferencia a una persona emocionalmente inteligente de otra que no lo es?

Es alguien que, en primer lugar, se pregunta: “¿conozco mis emociones? ¿sé que cosas me ponen triste, me enfadan o me alegran en mi trabajo? ¿sé las consecuencias que eso tiene en mi rendimiento? ¿puedo cambiarlo? ¿sé cambiar mis emociones?”. Y luego se pregunta eso mismo respecto a su equipo: “¿me doy cuenta de las emociones de los demás? ¿sé escucharlas? ¿sé las consecuencias que eso tiene? ¿sé llevarlos a un estado emocional de mayor tranquilidad o menos estrés? ¿o cuando las cosas van mal hago lo contrario y les genero más emociones desagradables?” Simplemente hacerse esas preguntas es el inicio para poder cambiar.

 

“Es indispensable aprender a escuchar a la gente con la que trabajas”

 

Dice usted que resulta más fácil darse cuenta de las emociones de los demás que de las propias emociones, ¿por qué ocurre eso?

Porque cuando tenemos una cierta distancia eso nos permite tener una visión más global. Pero cuando estamos muy cerca de algo -de nosotros mismos, de nuestra propia empresa o de nuestra familia- no tenemos perspectiva. Sin embargo, alguien externo que se acerca a nosotros, a nuestra pareja o a nuestra empresa es capaz de mirar con mayor objetividad y ver las dinámicas emocionales que nos ocurren. Se trata de un sesgo que tenemos, como cuando vamos en coche y tenemos puntos ciegos provocados por la cercanía. Analizarte a ti mismo, a tus relaciones o a tu empresa como si fueras otra persona, otra familia u otra empresa es un ejercicio muy interesante que se hace, obviamente, con ayuda experta.

Hay gente que cree que eso es una práctica bonita, pero que en su empresa no lo puede hacer…

Bueno, a lo mejor no puedes hacerlo todo, pero puedes hacer pequeños cambios. Por ejemplo, aprender a escuchar a la gente con la que trabajas, conocerla un poco mejor… Esto es indispensable. No todo el mundo rinde igual bajo los mismos estados emocionales, somos muy diferentes. Conocer esas diferencias dentro de la propia organización te permite exigirles a unas personas unas cosas y a otras, otras cosas y de otra forma. Hay quien dice: “hago con fulanito ‘a, b y c’ y me funciona, y hago lo mismo con otros y no me funciona, ¿por qué?”. Pues porque son diferentes. Y si les escucharas y les conocieras un poco comprenderías que hay personas que requieren tareas que estén muy planificadas y a otras les gusta más autogestionarse y trabajar por objetivos, por ejemplo.

¿Por qué un profesional es capaz de brillar en una empresa y, sin embargo, se vuelve gris en otra organización?

Hablamos de la inteligencia emocional como si fuera algo exclusivo de las personas, pero las organizaciones tienen también su clima emocional. Cada persona tiene que buscar dónde encaja mejor. Igual tú o yo encajamos bien en un tipo de empresa y, sin embargo, en otra organización con una cultura emocional distinta pasamos desapercibidos, no estamos en nuestro elemento. Por eso hay que hacerse también esta pregunta: “¿encajo bien con esta organización?” Hay que ser honestos. A veces decimos “bueno, no pasa nada, ya iré encajando”. Pero el tiempo pasa y a lo mejor ya no es un problema de adaptación, sino que igual no encajas en esa organización. Habría que buscar otra opción, naturalmente, si es posible.

¿Qué emoción es esencial saber manejar en una organización?

Los estudios muestran que la ira o el enfado, este tipo de emociones desagradables y de alta intensidad vinculadas con el estrés o la presión, son las más comunes en las organizaciones. Pero, curiosamente, las más difíciles de generar son las que pueden contrarrestarlas, o sea, la tranquilidad, el reposo y la alegría. Lo que demuestra la investigación es que estas situaciones tienen que estar compensadas. Pasa como con las personas. Por ejemplo, para dejar de estar deprimido no basta con bajar los niveles de desánimo, hay que lograr inyectar emociones agradables. Y esto no es tan fácil en una organización. Los conflictos, el caos, las emociones negativas surgen de forma espontánea, pero que haya tranquilidad, coordinación o acuerdo requiere un trabajo proactivo. Esto es lo más importante, ser capaz de generar en una organización las emociones positivas, las que son saludables.

La pandemia no lo está poniendo fácil.

No, hay personas que han cogido fobia a ir a trabajar, por ejemplo, y han encontrado una cierta seguridad trabajando en casa. Sin embargo, a otras personas no les ha ocurrido lo mismo, son aquellas que quieren salir de la cueva. Este también es un tema interesante, tiene su parte positiva y su parte negativa. La gestión online de los problemas complejos de equipos no es fácil. En las organizaciones en las que las personas ya se conocen mucho entre sí, sí ha sido más fácil, pero en aquellas en las que se incorporaron hace poco o es gente joven que todavía no tiene la cultura de la empresa, no se ha logrado despertar el sentido de pertenencia. Esto es importante. Tener conciencia de pertenecer a un colectivo requiere muchas cosas, una de ellas es el contacto personal, físico, mirarse a los ojos, interrelacionarse…, y los dispositivos no permiten eso. Tenemos que recuperar esto.

 

“Somos sapiens hipersociales. No estamos preparados para vivir aislados”

 

A estas alturas estamos conociendo datos que nos hablan de fatiga pandémica en diversos sectores laborales ¿Cuáles son las cifras que manejan usted y su equipo?

El sector sanitario es de los más afectados porque, además, no ve el fin. Esperamos que esta sea la última ola, pero eso mismo pensamos con las anteriores y volvió la ola de nuevo y cada vez con menos recursos. Lo mismo está ocurriendo en el ámbito educativo, la hostelería… Los grandes almacenes del país han tenido un 30%-40% de bajas laborales. Todos los que tienen que ver con atención al público son los que más han sufrido, eso tiene que ver con muchos sectores. Todo esto genera un agotamiento.

¿Estamos ante la amenaza de otra crisis sanitaria, esta vez de tipo emocional?

Sí, y hay todo un movimiento desde el ámbito de la psicología y la salud mental para dotar de más de recursos. Una de las prioridades que tenemos en Europa en este momento es que la salud mental esté en la Atención Primaria. En el sistema público no hay personal suficiente y las consultas de psicología privadas tienen listas de espera de dos meses. Estamos hablando de personas conscientes de su problema, pero hay otras personas que ni siquiera tienen conciencia de tener un problema emocional, y lo tienen. Es un peligro para la gente joven. Llama la atención -tanto a nivel nacional como internacional- cómo a las personas mayores de 65 años les ha impactado menos el COVID que a los menores de 25 años.

¿Y qué razones encuentran ustedes que expliquen esto?

Yo doy clases en la Universidad. Los alumnos que entraron en primero -en plena pandemia- han conocido a sus compañeros ahora. Esto es muy fuerte para ellos. Los adolescentes, que tienen una edad en la que lo que menos apetece es estar en casa, han vivido algo totalmente contradictorio con sus impulsos naturales. Somos animales sociales que requieren contacto físico continuo. Somos sapiens hipersociales y quitarnos esta condición durante una temporada puede ser soportable, pero sostenido en el tiempo genera unas consecuencias que se están analizando. No estamos preparados para vivir aislados.

¿Qué podemos hacer para mitigar este impacto emocional?

Las personas que mejor han llevado esta pandemia son las que se han focalizado en hacer cosas agradables, dentro de las restricciones que tenemos. Tenemos que pensar -sintiendo a la vez- qué cosas puedo hacer para generar momentos de tranquilidad e incluso de alegría. Esto es difícil. Se nos ocurre cómo disminuir situaciones negativas, pero no construirlas y resulta que sí tenemos que buscarlas. Para eso hay que escucharse a sí mismo y escuchar a los demás, ¿qué cosas me gustan, aunque sean pequeñas cosas? Hay que revolver en el ático emocional que tenemos. Muchas personas se han dado cuenta de que algunas cosas que hacían antes del COVID no les gustaban -una encuesta reciente dice que el 60% de los españoles quiere cambiar de trabajo-.

¿Y en una organización?

Lo primero, escuchar el sentido emocional de las personas que trabajan conmigo. Buscar algún tipo de dinámica que permita la comunicación y crear un clima para que la gente pueda expresar cómo se ha sentido y cómo le gustaría sentirse. Esto lo están haciendo en hospitales, centros educativos, grandes almacenes… El capital humano es lo más importante que tiene una organización y hay que cuidarlo. Creo que el COVID ha logrado generar un movimiento para humanizar las organizaciones, para hacerlas emocionalmente más saludables.

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